Acababa de llegar la estación de la primavera, y como cada año regresé a la
Sierra de los Leones a pasar unos días en mi pequeña propiedad en plena montaña. Ese
sitio me fascinaba desde que tenía doce años, cuando mi abuela me regaló un libro sobre
los duendes y las hadas. Lo leí una y otra vez, me sabía sus páginas de memoria, sus
ilustraciones, sus poemas, y por supuesto, un mapa en el que describía todos y cada uno
de los lugares donde habitaban estos maravillosos seres. El libro era inglés, y me
sorprendió mucho leer que en España había un lugar donde seguían existiendo las
hadas, la Sierra de los Leones. Nunca conseguí que mis padres me llevasen, así que
cuando conseguí mi independencia económica me compré allí una casita en la ladera de
una montaña, un sitio muy parecido al dibujo del libro, con el mismo lago verde y los
cientos de pinos detrás.
Aquella mañana de sábado me dirigí junto a mi libro hacia el lago para mirar por
entre los arbustos y debajo de las piedras a ver si conseguía encontrar una hada. Llevaba
ya más de diez años buscándolas y nunca había encontrado ninguna, a veces creí que sí
que lo había conseguido, pero al final sólo eran vanales espejismos que se desvanecían
junto a mis esperanzas. Después de cada decepción huía hacia la ciudad y lloraba
desconsoladamente en mi cama durante días. ¿Cuándo encontraría una hada?.
Alguien me dio la respuesta cuando estaba tumbado junto a la orilla del río. Una
dulce voz me despertó de mi sueño.
- ¿Crees en las hadas?
Encima de mí había una preciosa chica y por el efecto del sol a su espalda me
pareció ver un par de finas alas transparentes, como las de los insectos. Me froté bien
los ojos y desaparecieron. Me incorporé. Sí que era bella, morena de pelo largo, con
ojos verdes y una preciosa figura.
- Me gusta que la gente crea en nosotras.
No me podía creer lo que me estaba diciendo. Las lágrimas se me escaparon de
los ojos, por fin había encontrado lo que tanto ansiaba encontrar. Había leído en el libro
que algunas hadas, al ser inmortales, se cansaban de ser confundidas con otros seres del
bosque y tomaban forma humana. Pero nunca pensé que cogerían una forma tan
hermosa.
- ¿De verdad eres una hada?
- Claro que sí, juega conmigo y así conseguirás la inmortalidad para que podamos
estar siempre juntos.
Este se parecía mucho al sueño que tenía todas las noches desde los doce años, yo
corriendo junto a un hada, dándonos la mano, acariciándonos el cabello. Su sonrisa me
enamoraba cada vez más, quería estar junto a ella el resto de la eternidad. Nos bañamos
en el lago, el agua estaba muy fría pero no importaba, para nosotros dos ardía. Me besó
en los labios. Ahí comprendí que ella también me amaba.
Volvimos a la orilla e hicimos el amor. Ella me agarraba con fuerza y gritaba de
placer, más bien, lloraba de placer. Fue la experiencia más satisfactoria de mi vida. Al
terminar me decidí a pedirle matrimonio pero ella no contestaba. Me extrañó porque me
miraba asustada. Igual me había precipitado. Le pedí disculpas, pero seguía mirándome
de la misma forma. Noté como un líquido caliente recorría mis piernas, aún en el suelo.
Bajé la mirada y me estremecí al ver que debajo de nuestros cuerpos había un charco de
sangre.
Lloré como otras veces. Me había engañado, me habían vuelto a engañar, no era
inmortal, no era una hada, era humana de verdad. Dejé su cuerpo donde estaba y huí de
nuevo a la ciudad.
Todavía no he podido superar el trauma y sigo internado. Mucha gente habla de
mí. Nunca pensé que mi historia se haría tan famosa, la han relatado en los periódicos y
en la televisión. Decían que por fin me habían cogido, al loco de la Sierra de los Leones.
Yo no di más explicación que la que le di al juez, las hadas son inmortales por eso no le
doy importancia al creer que en su apariencia humana sólo tienen siete años.